viernes, 6 de marzo de 2009

Una Noche en el Bahía.


El Hotel Bahía se encuentra ubicado en la esquina de Marina Nacional y Carrillo Puerto muy cerca de los burritos gigantes, enfrente de un Globo, una clínica del ISSSTE, una marisquería y a unos pasos de Crisa, la tienda donde venden cristales.
El edificio color durazno parece haber sido construido ex profeso para el negocio de la renta de cuartos con canales porno vía antena parabólica.

Dejamos el auto afuera, un Buick negro reluciente. Cruzamos la puerta de madera que separa al estamblecimiento de la calle, un tapete gigante con el nombre del lugar te acompaña hatsa cruzar una segunda puerta. La recepcionista nos sonrió. Por mero protocolo nos pasó una bitácora donde me registré con el sobre nombre de Johnny Trujillo, estudiante de leyes con domicilio en la Unidad Habitacional Presidente John F. Kennedy edificio 725 int.7. Pagué con un billete de doscientos la habitación y una cacaja de Sico rojos. La recepcionista me entregó la llave acompañada del llavero más grande que he visto en mi vida y uno de los jabones más pequeños que he visto en mi vida, los dos con un primitivo dibujo de unas palmeras, un sol y un velero. Nos indicó con las uñas rojas más grandes que he visto en mi vida el camino hacia la recámara que era nuestra hasta el medio día del día siguiente. Continuó resolviendo su sudoku.

Subimos hasta el tercer piso, al cuarto 302, una habitación de cuatro por tres por dos quince más el baño, alfombrada, aparentemente limpia, con olor a incienso de chairo y quemadas de cigarro en las sábanas. Sobre una especie de buró descansaba un cenicero de barro todo encenizado, un espantoso teléfono negro, un juego de toallas con el nombre del hotel a punto de desaparecer y una lista de bebidas enmicada. Todo duplicado por un inmenso espejo.

Mientras ella orinaba tarareando una canción que estaba inventando, yo trataba de decidir que música escuchar; Banda, world music o a José José. En los servicios que anuncian al reverso del empaque del diminuto jabón, presumen la existencia de radio con AM y FM, es una mentira. Encendí la televisión mejor, el brazo se canso después de dos minutos de zapping pues el control remoto está incrustado en la cabecera de la cama, incomodísimo. Tuve que ver María Isabel por novena vez, Silvia Pinal se deshacía de su trenza cuando el ruido del motor de la cisterna invadió el cuarto y la noche.
Por fin, del baño salió una chica hermosa que sólo vestía un pequeño calzoncillo con polkadots rojos, en la boca una lollipop azul que paseaba por sus labios y en los senos las cicatrices invisibles de viejas mordidas. Se acostó junto a mí a contarme la dramática trama de una película malaya que había visto ayer, me quedé dormido.

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