Estaba en algún lugar en medio del cielo rodeado de cubos de azúcar convirtíendose en gas, a mi lado iba el cuerpo de unos 135 kilos del vocalista de Aponwao convirtiéndose en líquido. Yo ya quería llegar.
Compré mi tarjeta para poder usar el metro, siete dólares con cincuenta centavos. Los vagones neoyorquinos son una especie de truchas gigantes de hierro cuyos pasajeros son cualquier clase de ser viviente: punks asexsuales, señoras rumanas con chapitas rosas, imitaciones de Danny DeVito con playeras de los Mets, dominicanos fortachones con chamarras de los Knicks, indochinos con chamarras de cuero resolviendo sudokus, guatemaltecos metrosexsuales leyendo la GQ, güeros Iron Maiden, alienígenas verdes. Como estuve más de dos horas paseándome por las líneas del metro, me dí cuenta que el patrón del suelo tiene algo que parecen cáscaras de huevo pintadas de rojo, azul y blanco. Me bajé en la estación que está en la calle 47 y la 50 de la línea anaranjada.

Que pasmo estar entre millones de toneladas de concreto y acero en forma de enormes edificios, sólo recuerdo haberme asombrado de esa manera cuando ví de niño una película donde Sansón tiraba los pilares de alguna ciudad filistea. Y no se por qué, en ese instante, me acorde de eso, tal vez por que estaba enfrente del Atlas (tan mamado como Sansón) que adorna de manera imponente el atrio del increíble edificio Rockefeller Center.
Con la piel de gallina y estupefacto de estar ahí, caminé toda la noche a lo largo de la Quinta avenida, la Sexta, la Séptima y Madison hasta llegar al Central Park donde, después de rodearlo y ver algunos mapaches con sobrepeso alimentarse de la basura orgánica, decidí pasar la noche escuchando a los beastie boys y contando taxis.
A las seis de la mañana el sol comienza a rebotar caleidoscópicamente en todos los edificios de vidrio, la gente "compro luego existo" comienza a correr, otros ya van apurados con su vasote del Starbucks. Los vagabundos locales, tal y como lo haría Basquiat, salen de su casa cúbica de cartón, la desarman, se frotan las manos y ven si los mapaches les dejaron algo que desayunar. Yo bebí un chorro de agua y me dormí en el pasto. Desperté cuatro horas después.
Desayuné en un típico diner gringo un chocolate caliente y un enorme rollo de mantequilla, cuatro dólares. La mesera era latina, muy amable.
Caminé todo el tiempo hasta que llegué a una tienda que es el delirio de San Nicolás, cinco pisos de juguetes; la fábrica de los Muppets, la ciudad Lego, pasarelas de Barbie, rompecabezas deslizantes, monstruos de tela, pájaros de peluche, una dulcería tipo Willy Wonka, etc. etc. etc. trompos gigantes, el reino Playmobil, un operando de tamaño humano, una librería y...
...el piano gigante que se toca con los pies que nunca en mi vida pense ver en vivo. Si fuera caballo me hubiera cagado ahí parado.
Un pretzel gigante y una botella de agua, dos dólares. Puras ansias.
La Dama.
Su belleza hace que a los cíclopes les salga otro ojo, a mi sólo me causa un terremoto mágico en las venas nerviosas exitadas. Verla fue fantasía varia.
Al terminar de abrazarnos pusimos la máquina de la música y nos metimos a la máquina del baño, ahora no fue un problema calibrar la temperatura del agua al gusto de los dos.
Descansamos un par de minutos y salimos a conocer Nueva York.
Lo primero que hizo fue comprar un rollo de 35 milímetros para su cámara lomográfica anaranjada de plástico.
Llegamos a Time Square: la capital de los Leds de colores, la publicidad en su mayor expresión, el corazón del capitalismo. Hasta la estación de policías tiene sus letreros en neón.
Cenamos unas bebidas exóticas y unas hamburguesas en BubbaGump, un lugar temático. Tom Hanks en todas las paredes disfrazado de Forrest Gump. Con un poco de sueño caminamos todavía un rato y nos metimos a una tienda que tiene cualquier cháchara posible en los colores y formas de los chocolates m&m´s, enfrente está la competencia, menos colorida y sin pantalla gigante pero con kisses de regalo. Nos metimos a una tienda de recuerdos, vagamos un poco más, compramos una botella de agua y nos fuimos a dormir.
Salimos sin bañarnos, desayunamos yogurt con frutillas y granola. Ella tan amable como siempre rentó unas bicicletas grises muy cómodas en las que nos fuimos al Metropolitan Museum. ¡¡¡WooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooW!!!!!! Que increíble lugar, pinches gringos, tienen toda la historia del arte y un tiburón ahí, los restos del elegantísimo barco francés Normandia, unos Pollocks, obra de Otto Dix, Miró, Mondrian, Rothko, Yokoo!! y un largísimo y bello etc.
Ésta pintura de Grant Wood nos gustó a los dos.

Con una sobredósis de de información visual y los ojos atarantados y más que plenos, dimos una vuelta en bicicleta al Central Park antes de comer unos noodles, abrazarla un rato más para despedirnos y volver a ser vagabundo.
Lástima que no se puede quedar uno en el éxtasis eternamente.
2 comentarios:
fugaz como esos suenios chidos de los que no se quiere despertar.
mi vagabundo...
por cierto... te tengo que pasar las fotos!
la no tsp me esta enloqueciendo.
nisiquiera he podido volverme loca con la musica del usb de la calaca. :(
pronto... pronto...
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