Lo mejor de ir a ver el pésimo y aburrridísimo experimento multimedia de Brain Eno, que raya entre lo hippiedigital mal hecho, la caca de un esotérico deprimido y misticismo binario incomprendible, es que pude conocer (pudimos conocer, iba con Ileana) el museo Anahuacalli, un enorme y bonito edificio
art decó prehispánico que está junto a una elegante changuera blanca que imita su diseño.
Los techos altos del lugar dejan de ser meros elementos utilitarios, pues están todos decorados
- como si fuera la tumba de un emperador azteca- con motivos prehispánicos casi todos monocromáticos que dotan al edificio de entretenimiento, libertad y frescura. Los arcos son sobrios y aunque parezca algo imposible, tienen líneas rectas muy marcadas, parecen indestructibles, todo está hecho con piedra volcánica que se encontraba en el lugar.
El edificio, ideado por Diego Rivera, alberga cientos de piezas prehispánicas que el pintor coleccionaba, muchas están divertidísimas, es una lástima que casi la mitad de las piezas no se puedan ver, pues la porquería que presenta Brian Eno, una serie de "pinturas" infinitas (77 millones) a las que él llama música visual (término que Stan Brakhage inventó hace más de cuarenta años) ocupa una sala gigante de manera absurda. ¿Por cierto, quién es Brian Eno?